La Mancha reseca y sedienta de agua, la Mancha de llanuras eternas, de colores pardos y oscuros, de encinas diseminadas al azar, de cielos azules, impolutos, la Mancha universal tiene un pequeño edén en la provincia de Ciudad Real. Ese oasis de frescor y sombra, de agua que fluye por un caño y cae en un pilón de buena piedra, se llama Las Virtudes, y el otoño es una época maravillosa para visitarlo. Los castaños de Indias dejan caer sus hojas y sus frutos, envueltos en una cáscara espinosa; las alamedas y paseos se cubren de un manto vegetal de colores variados; el aire susurra secretos entre los árboles, entre los arbustos, y la luz parece que se va apagando poco a poco, como si el día entornase los ojos y no dejara pasar nada más que una ínfima porción de claridad.
Pero hay una cosa que nunca cambia en Las Virtudes: la magnificencia de la ermita y la solemnidad de la plaza de toros. Los muros de piedra cuarcita y caliza se yerguen con orgullo, sosteniendo sobre sus hombros una techumbre preciosa de origen mudéjar, que nos habla claramente de su herencia histórica, de su sabor añejo.
La nave central de la ermita, además de los bancos, tiene en un extremo una curiosa pila bautismal, y en el otro un bellísimo altar mayor con pinturas barrocas, en el que se abre la puerta que da acceso al camarín de la patrona local, la Virgen de las Virtudes. Y todo ello se puede ver ahora, en otoño, cuando la luz dorada baña los muros de la plaza de toros y la temperatura va siendo cada vez más fresca. Así que anímate, contacta conmigo y date el gusto de vivir Las Virtudes en otoño. Seguro que no te arrepentirás.